Hace ya cerca de dos décadas (si no algo más) que leía en una revista de divulgación científica que el papel teína los días contados, que en apenas un par de años –no recuerdo el plazo exacto que le daban, pero no era muy diferente- iba a dejar de utilizarse la pasta de madera o similares para transmitir información escrita.
En aquel momento, fruto de mi irreflexiva, impulsiva, expresiva y algún que otro iva más juventud, exclamé un claro y sonoro “¡Ja! ¿Y qué más?”. Hoy, más calvo, más gordo, pero también más sosegado, en lugar de exclamar, afirmo un resignado “Si es lo que llevo años diciendo…”
Está claro que el papel no dejó de usarse para imprimir sobre él ni al cabo de dos ni a cabo de quince años… Aunque, por lo que ahora mismo se está viendo, es posible que las láminas de celulosa no aguanten veinte años más.
El ser humano, un animal de costumbres
La revista daba por fallecido al papel impreso puesto que estaba amaneciendo la era de las publicaciones digitales, pero olvidaba unos cuantos factores en esa especie de ejercicio de comercio ficción, como el hecho de que las comunicaciones digitales no estaban lo bastante desarrolladas como para certificar un documento o que la fuerza de la costumbre impulsaba –aún lo hace- a pedir documentos impresos, tangibles, que ocupen un espacio físico entre las manos…
La cuestión es que en cuanto desaparezca esa especie de necesidad de tocar el libro, oler la tinta de una publicación o llevar una engorrosa carpeta bajo el brazo, la tecnología ya nos permite sustituir por completo los folios por bits.
De digital a analógico y viceversa
Pero, mientras no llega ese momento en el que la comunicación escrita se dé sólo por emails o envíos de ceros y unos entre ordenadores, tablets, teléfonos o cualquiera que sea la próxima maravilla que se invente, mientras no llega, digo, esa nueva era de la escritura, es preciso imprimir determinados documentos o digitalizar otros, que no debemos olvidarnos del imprescindible viceversa.
Es por tal motivo que hoy por hoy, y durante muchos más años de los que se vaya a seguir usando el papel, son imprescindibles determinados periféricos informáticos.
Mientras se siga imprimiendo, evidentemente, la impresora va a ser imprescindible, así como la fotocopiadora. Hasta ahora, el razonamiento no ofrece posibilidad de duda: necesitamos imprimir, recurrimos a la impresora. Necesitamos copiar, usamos la fotocopiadora.
Ahora bien, ¿y si necesitamos que una imagen o un documento pase a nuestro disco duro? Pues tenemos la solución de copiarlo más o menos artesanalmente o la de escanearlo. Obviamente, la segunda es la rápida y la más práctica.
Entre dos eras
Ocurre, sin embargo, que nos encontramos, al menos por lo que un servidor intuye, entre dos eras: aquella en la que se precisa el papel y una segunda en la que se usa, sí, pero para menesteres que tienen muy poco que ver con la comunicación (ocurra lo que ocurra el papel envolverá los bocadillos de los trabajadores hasta el anochecer de la Humanidad).
Estamos, digo, en mi opinión, en el momento del declive del papel como soporte de lo escrito, una especie de adolescencia de la palabra digital. Y como toda adolescencia, es un periodo de cambios y muy difícil.
Por fortuna, esta edad del pavo tiene soluciones bastante más prácticas que la humana. Podemos adaptarnos a los cambios con enorme facilidad: basta con que una máquina nos permita plasmar en papel aquello que deseemos plasmar, a la vez que podamos recuperar y convertir en ceros y unos lo que se halla en forma analógica.
La solución ya existe desde hace tiempo
Por supuesto, tal máquina existe –de otro modo, este artículo tendría mucho más aun de ciencia ficción de lo que ya de por sí tiene-. Recibe el nombre de sistema multifuncional y está lo bastante desarrollado como para adaptarse a casi todas las necesidades, sean de un particular sean de una empresa.
Las posibilidades van desde la compacta impresora láser, copiadora, fax y escáner –un ejemplo sería la Samsung SCX-5635FN- hasta el, ya que no mastodóntico, sí gran conjunto que supone, por poner un caso, el SHARP MX-M623U, cuya imagen y volumen es, para que nos hagamos una idea, la típica de las fotocopiadoras de las imprentas de toda la vida. Eso sí, con impresora, copiadora, escáner, fax y archivo documental.
¿Qué comprar?
Dicho esto, y recordando que los precios varían también según qué modelo y prestaciones requiramos, ¿qué sistema multifuncional nos conviene? Pues la respuesta es tan simple como decir que a cada persona u oficina le viene bien uno u otro según su volumen y tipo de trabajo.
Es conveniente estudiar para qué se requiere el aparato, así como el volumen de trabajo que se le va a requerir para decantarnos por un sistema u otro y no malgastar ni racanear el dinero. En todo caso, se trata de un periférico imprescindible mientras no desaparezca el papel… incluso del recuerdo.
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